TEMA IV

La Verdad de las Siete Trompetas del Apocalipsis

Aviso a los No Creyentes

Tocó el primero su trompeta, y fueron arrojados sobre la tierra granizo y fuego mezclados con sangre. Y se quemó la tercera parte de la tierra, la tercera parte de los árboles y  toda la  hierba  verde (Ap.8,6-7).

Aviso a los Creyentes

 Tocó el segundo ángel su trompeta, y fue arrojado al mar algo que parecía una enorme montaña envuelta en llamas. La tercera parte del mar se convirtió en sangre, y murió la tercera parte de las criaturas que viven en el mar; también fue destruida la tercera parte de las naves (Ap.8,8-9).

Aviso a los Elegidos

Tocó el tercer ángel su trompeta, y una enorme estrella, que ardía como una antorcha cayó desde el cielo sobre la tercera parte de los ríos y sobre los manantiales. La estrella se llama Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se volvió amarga, y por causa de esas aguas murió mucha gente (Ap.8,10-11).

Anuncio de la Gran Tribulación

Tocó el cuarto ángel su trompeta, y fue oscurecida la tercera parte del sol, de la luna y de las estrellas, de modo que se oscureció la tercera parte de ellos. Así quedó sin luz la tercera parte del día y la tercera parte de la noche. Seguí observando, y oí un águila que volaba en medio del cielo y gritaba fuertemente: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay de los habitantes de la tierra cuando suenen las tres trompetas que los últimos tres ángeles están a punto de tocar!”  (Ap.8,12-13).

Cristo en medio de Nosotros Tocó el Quinto Ángel

 Tocó el quinto ángel su trompeta y vi que había caído del cielo a la tierra una estrella, a la cual se le entregó la llave del pozo del abismo. Lo abrió, y del pozo subió una humareda, como la de un horno gigantesco; y la humareda oscureció el sol y el aire (Ap.9,1-2).

Cómo el Mal nos Ataca

 De la humareda descendieron langostas sobre la tierra, y se les dio poder como el que tienen los escorpiones de la tierra. Se les ordenó que no dañaran la hierba de la tierra, ni ninguna planta ni ningún árbol, sino solo a las personas que no llevaran en la frente el sello de Dios. No se les dio permiso para matarlas sino solo para torturarla durante cinco meses. Su tormento es como el producido por la picadura de un escorpión. En aquellos días la gente buscará la muerte, pero no la encontrará; desearán morir, pero la muerte huirá de ellos (Ap.9,3-6).

El Perfil del Mal

 El aspecto de las langostas era como de caballos equipados para la guerra. Llevaban en la cabeza algo que parecía una corona de oro y su cara se asemejaba a un rostro humano. Su crin parecía cabello de mujer, y sus dientes eran como de león. Llevaban coraza como de hierro, y el ruido de sus alas se escuchaba como el estruendo de carros de muchos caballos que se lanzan a la batalla.

 Tenían cola y aguijón como de escorpión; y en la cola tenían poder para torturar a la gente durante cinco meses. El rey que los dirigía era el ángel del abismo que en hebreo se llama Abadón y en griego Apolíon.

 El primer ¡ay! Ya pasó,  pero  vienen  todavía   otros   dos  (Ap.9,7-12).

Batalla en el Cielo

Se desató entonces una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, la serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra (Ap.12,7-9).

El dragón es el pecado. En el cielo no cabe el pecado: fue expulsado.

Estos tres nombres que se citan, la serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, están confirmando las tres formas diferentes  que tiene el mal de atacar, Y como dije antes, están señalando

el aspecto, el perfil de las langostas, del mal.

La serpiente antigua es el demonio, celoso de la gloria en la que vivíamos en el Paraíso, que nos hizo el peor de los daños, origen de todos los demás que nos han sobrevenido.

Los otros dos nombres: el diablo y Satanás, tienen la misma denominación que la que ya fue explicada en la página anterior.

Todas estas tres formas de atacarnos llevan en sí implícitas el engaño, porque la maldad siempre actúa a través del engaño. Simplemente son matices diferenciales que a través de la historia, generalmente, hemos ido usando por costumbre, sin quizás percatarnos de estas diferencias; pero esta trompeta desvelada, nos clarifica también esto. Para gloria de Dios sea, y nos ayude a estar más alerta para no dejarnos engañar.

Estas palabras que siguen, nos animan a defendernos de todo ataque del mal, por la fe en Cristo, nuestro Salvador, pues con Él ya lo hemos vencido; sólo hemos de estar despiertos y acogernos a su gracia. Así se nos explica en los siguientes versículos:

Luego oí en el cielo un gran clamor: “Ha llegado ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios; ha llegado ya la autoridad de su Cristo. Porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte. Por eso, alégrense cielos, y ustedes que los habitan. Pero ¡ay de la tierra y del mar! El diablo, lleno de furor, ha descendido a ustedes porque sabe que le queda poco tiempo” (Ap.12,10-12).

Se dice que al diablo le queda poco tiempo, refiriéndose a los tiempos finales, y se dice que es el diablo el que ha descendido a ustedes porque sabe que le queda poco tiempo. Es la forma “divertida” de atacar, de engañarnos; es seducirnos con el mundo de los placeres mundanos, abocarnos a vivir a tope la vida de aquí sin mirar el espíritu, lo que día a día prolifera más. Es como una espiral que cada vez va desarrollándose más, como una imponente avalancha que trata de arrollar los valores del espíritu. ¿Hasta dónde?

Veremos con el anuncio de la sexta trompeta, la próxima, que no será mucho más, pues, para eso Dios envía con sus avisos a sus ángeles, y a sus profetas como instrumentos de su poder, para vencer todos los ataques del mal.

La Sexta Trompeta está Sonando Anuncio del Ejército de Profetas

Tocó el sexto ángel su trompeta, y oí otra voz que salía de entre los cuernos del altar de oro que está delante de Dios. A este ángel que tenía la trompeta, la voz le dijo: “Suelta a los cuatro ángeles que están atados a la orilla del gran río Éufrates” (Ap.9,13,14). 

La voz que pregona la Verdad sale del altar, "lugar" de las ofrendas, "lugar" en el que están representadas todas las vidas ofrendadas, entregadas, de los que se han salvado porque siguieron el camino de Cristo, el Cordero inmolado por todos nosotros. Los cuernos son los medios por los que se pregona la Verdad, por los que nos llega la Verdad. Son cuatro los que pregonan al unísono, como una sola voz, porque la Verdad es una (Jn.16,13). La Verdad, que ahora se pregona al completo, como indica el que sean cuatro los cuernos. Nos quiere hacer ver esta visión que nos llega la Verdad desde todos los ángulos (desde los cuatro puntos cardinales) como para preparación de ese final que será glorioso, después de la gran tribulación, del tiempo de confusión ya anunciado. Y es para este momento de tribulación para lo que se proclama al máximo la Verdad, como nunca antes se había proclamado, y conforme ya había sido predicho por Jesús: “Pero primero el evangelio será anunciado a todos los pueblos” (Mc.13,10).

Y para ello, esa voz que sale del altar, porque es precisamente para la humanidad entera el aviso, dice que suelte a los cuatro ángeles que están atados a la orilla del gran río Éufrates (es el mismo río que ya se nombró como parte del Paraíso). Ese gran río, que es agua que limpia, la Verdad que nos purifica, que nos hace libres, el Amor que nos da la Vida en Dios y cuanto es en Dios; ahí, a la orilla del gran río están atados esos ángeles.

Habrían de venir aún ángeles que estaban atados, como guardando la Verdad completa que nos llega para preparar ese final glorioso. Estos ángeles que ahora son soltados van a completar lo que

aún nosotros no habíamos podido recibir porque no nos habíamos abierto completamente a recibir; por nuestra cerrazón, por la dureza de nuestro corazón, tardo en entregarse completamente a Dios, y tal vez, conforme con vivir a medias entre el mundo y Dios. Jesús les dijo a sus discípulos en su discurso de despedida: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no estáis capacitados. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará a la Verdad completa, pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y anunciará las cosas venideras” (Jn.16,13). Y todos conocemos cómo el Espíritu Santo se manifestó prodigiosamente sobre los apóstoles. Y entendieron las  Escrituras. Y comprendieron lo que en el Antiguo Testamento los profetas habían anunciado acerca de Jesús: que Jesús es el Mesías prometido.

Aquéllos discípulos, tan cerca de Jesús, estaban en un momento que no podían recibirlo todo. Y esto es lo mismo que a nosotros nos ha pasado. Pero esta profecía nos dice que los cuatro ángeles que estaban atados son soltados, para darnos a entender que aquella profecía del profeta Joel comienza a realizarse: todos profetizarán (Jl.3,1ss). Hemos de abrir nuestros corazones, nuestros oídos, para recibir, y nuestras bocas para proclamar cuanto Dios quiere hoy hacer llegar hasta los confines de la Tierra.

Estos ángeles que son soltados, son los que inspiran a los profetas para que a través de ellos llegue la Verdad a todos: “Él enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro” (Mt.24,21). Y esos profetas son los que van pregonando al Dios Vivo, al Dios que está en medio de nosotros, que no está lejos, sino en cada uno que le abre su corazón; porque” Él está a la puerta y llama para entrar y cenar con nosotros” (Ap.3,20). Estos ángeles anunciadores llegan para un momento preciso, porque se dice que:

Así que los cuatro ángeles que habían sido preparados precisamente para esa hora, y ese día, mes y año, quedaron sueltos para matar a la tercera parte de la humanidad. (Ap.9,15).

            Este momento preciso, es el de la gran tribulación final. Llega la hora de que sean soltados los ángeles que estaban atados para nosotros, porque vivían junto a la gloria de Dios, que es el gran río, y vienen a matar. Este matar se refiere a que cuando recibimos la Verdad nosotros morimos a nosotros mismos, a todo lo que habíamos sido, a todo lo que habíamos vivido, porque la Verdad entra en nosotros y nos convertimos. Y se produce ese “morir del hombre viejo” y ese “nacer del hombre nuevo” como dijo Jesús a Nicodemo, maestro de la Ley (Jn.3,8).

Por eso, esa fecha de hora, día, mes, y año, es a nivel de cada uno que renace, y es a gran nivel, porque serán muchos los convertidos en esa gran tribulación final. Siempre que en el corazón del hombre se dé el arrepentimiento y la conversión radical, éste nace de nuevo. Por esto se dice que los ángeles vienen a matar. Que son los ángeles los que inspiran a los elegidos para que ellos proclamen la Verdad, se vuelve a confirmar en el versículo siguiente:

El número de su tropa de caballería era de doscientos millones; pude oír su número. Así vi en la visión los caballos y a los que los  montaban: tenían corazas de color de fuego, de jacinto y de azufre; las cabezas de los caballos como cabezas de león y de sus bocas salía fuego y humo y azufre (Ap.9,16-17).

Los doscientos millones, profetizan la Verdad de la salvación, son los profetas. ¡Un gran ejército de Dios, iluminado para proclamar! El número es simbólico, que nos indica que han sido y serán muchos los portadores de la Verdad, los que viviendo en Dios son Luz para los demás; pero son también hombres imperfectos por lo que aquí se dice de ellos que sus caballos (en lo que cabalgan) y ellos mismos, tenían corazas de color de fuego, de jacinto y de azufre. Los caballos ya hemos visto que simbolizan todo aquello en lo que nosotros vivimos, en lo que ellos viven: sus proyectos, ideales, metas, su propia realidad humana, con sus propias aptitudes y actitudes, defectos, creencias etc. Y ellos y sus caballos tenían corazas de color de fuego jacinto y azufre. Veamos el simbolismo de éstos colores en los profetas y en su misión, en la obra que Dios les inspira:

El fuego es el Amor. Están protegidos por el Amor; son hombres de Dios, llevan una coraza que los defiende: el Amor de Dios en sus corazones.

El color del jacinto, una flor sencilla, olorosa, bella: una vida sencilla, tal como Dios la da, humilde; son hombres que viven una Vida en Dios pero también caen. Y por ello el azufre que es el lado malo, sus propios fallos, los contratiempos en su misión, por lo que precisan siempre discernir entre el bien y el mal, tanto para ellos mismos como para la misión que tienen encomendada y así permanecer en la línea de lo que Dios quiere de ellos. El mal está al acecho para echar abajo toda obra de Dios. 

 Los profetas son también vulnerables al mal. Por eso van sobre caballos que tenían como cabezas de león, pero que no son realmente cabezas de león, sino "como" si fueran de león. Quiere decir que en todo aquello sobre lo que ellos “cabalgan” no tienen poder absoluto (igual que se dijo de las langostas). Si el león es el rey de la selva, ellos no tienen dominio absoluto sobre sí mismos ni sobre las circunstancias, en el sentido espiritual. Ellos son hombres como todos. Pero a pesar de ello cabalgan llevados por la fuerza que, como el león, los hace ser testigos, fortalecidos por el Amor de Dios (el fuego) la vida sencilla (el jacinto) y su propia humanidad que los arrastra al mal, a errar, y que han de ir dominando siempre (el azufre). Y eso que ellos viven es lo que llevan a los demás. Son los profetas portadores de la Palabra:

          

La tercera parte de la humanidad murió a causa de las tres plagas de fuego,  humo y  azufre que  salían  de la boca de  los  caballos  (Ap.9,18).

El fuego, el humo y el azufre ahora se les llama plagas para hacernos ver su efecto purificador. Aquí, ese morir, se refiere a que su testimonio es efectivo, que la conversión llega a otros a través de estos profetas que testimonian que a pesar de todas sus limitaciones humanas, por encima está el poder inmenso del Amor de Dios; que hemos de llenarnos de ese Amor y llevarlo a los demás, y que el Amor transforma, limpia y salva; para que nadie tema a su propia debilidad sino que confíe en el poder inmenso del Amor de Dios, cuando se le busca y se vive en la entrega a Él.

Y ese Amor, que convierte y salva, es fuego, y cuando prende, quema y echa humo. Son las conversiones. El ejemplo de su propia conversión, todo lo que se quema de ellos, es testimonio que llega a los demás y los ayuda a convertirse también. Es decir, el fuego purifica, transforma, libera y convierte. Es el Amor que es vivido y recibido por los demás. 

No hay hombre que tenga una vida completamente perfecta, y los profetas también yerran y pecan. Este testimonio de cómo sus propias vidas son tan humanas como la de todos los demás, pero que en ellos el Amor de Dios todo lo transforma, es la Verdad que llega a otros y los hace también cambiar. Es la misión de los profetas.

Porque el azufre, simboliza como en el versículo anterior, lo malo, lo que hay que erradicar, lo que hay que curar: las heridas de sus caídas en esta lucha en la que también ellos viven, a pesar de ser los profetas. 

         Y eso, que es un testimonio que proclaman porque sale de sus bocas otros lo comprenden, de que aún siendo elegidos son tan vulnerables como todos los hombres, eso es lo que aquí se dice que llega a los demás; y que con ello (con el fuego, el humo y el azufre) la tercera parte de la humanidad murió.

Y así con este Amor inmenso que Dios pone en ellos, y con todas las flaquezas de su propia condición humana, “cabalgan” estos profetas. Y esta dualidad que confluye en ellos, se expresa en el siguiente versículo:

Porque el poder de los caballos radicaba en sus bocas y sus colas; pues sus colas semejantes a serpientes tenían cabezas con las que hacían daño (Ap.9,19).

El poder en sus bocas es la Verdad que van proclamando, como decía el versículo anterior, el poder de la Palabra, el poder del  Evangelio, del Amor que fluye a través de ellos, porque grande es el Señor que los unge, los levanta y sostiene. Pero ese poder no cabalga libre, sino limitado a su condición de hombres, sujetos a las tribulaciones, como ya hemos dicho. Y eso se refleja en su misión, vulnerable al daño que otros puedan inferirle, porque toda obra de Dios es atacada por el mal que usa a los propios hombres. Es lo que arrastran en sus colas semejantes a serpientes. Por eso se dice que el poder está también en sus colas. Si el poder que se les ha dado en sus bocas es para hacer el bien, proclamar y bendecir, y que se puedan otros salvar a través de la Palabra que proclaman, en cambio, el poder que arrastran en sus colas es todo lo contrario: sus colas semejantes a serpientes tenían cabezas con las que hacían daño.

Las cabezas en sus colas son sus propios pecados que provocan los errores en su misión y que los dañan a ellos mismos; pero también dañan a todos los que puedan escandalizarse de que en la misión, los profetas puedan tener fallos. Y además, el daño directo que pueda afectar a aquéllos que sean objeto de la maldad que ellos cometan. Los profetas están en la misma lucha en que todos nos encontramos. Y nosotros, y ellos, hemos de escuchar las palabras de Jesús cuando nos dice: “No juzguéis y no seréis juzgados (Mt. Porque con la misma medida con la que midáis seréis medidos” (Mt.7,12).

Aún así, muchos los escuchan, los ven en su verdadera dimensión de hombres al servicio de Dios, y toman la Verdad de la que ññññññññojojojojoç````

 

                                                                         

 

          
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