Entonces se le dio a cada uno un vestido
blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se
completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser
muertos como ellos (Ap.6,9-11).
Y
seguí viendo. Cuando abrió el sexto sello, se produjo un violento
terremoto; y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna
toda como sangre, y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra,
como la higuera suelta sus higos verdes al ser sacudida por un
fuerte viento.
Y el cielo
fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las
islas fueron removidos de sus asientos; y los reyes de la tierra,
los magnates, los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos,
esclavos o libres, se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los
montes. Y dicen a los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros y
ocultadnos de la vista del que está sentado en el Trono y de la
cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera y
¿quién podrá sostenerse?” (Ap.6,12-17).
Después
de esto, vi a cuatro ángeles de pie en los cuatro extremos de la
tierra, que sujetaban los cuatro vientos de la tierra, para que no
soplara el viento ni sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre ningún
árbol.
Luego vi a otro ángel que subía del Oriente y tenía el sello de los
vivos; y gritó con fuerte voz a los cuatro ángeles a quienes se
había encomendado causar daño a la tierra y al mar: "No causéis daño
ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con
el sello la frente de los siervos de nuestro Dios". Y oí el número
de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados
de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá doce
mil sellados; de la tribu de Rubén doce mil; de la tribu de Gad doce
mil; de la tribu de Aser doce mil; de la tribu de Neftalí doce mil;
de la tribu de Manasés doce mil; de la tribu de Simeón doce mil; de
la tribu de Leví doce mil; de la tribu de Isacad doce mil; de la
tribu de Zabulón doce mil; de la tribu de José doce mil; de la tribu
de Benjamín doce mil sellados (Ap.71,8).
Después
miré y había una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de
toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del Trono y
del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus
manos y gritan con fuerte voz: "La salvación es de nuestro Dios, que
está sentado en el Trono y del Cordero". Y todos los ángeles que
estaban en pie alrededor del Trono, de los ancianos y de los cuatro
vivientes, se postraron delante del Trono, rostro en tierra y
adoraron a Dios diciendo: "Amen. Alabanza, gloria, sabiduría acción
de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de
los siglos. Amén”. Uno de los ancianos tomó la palabra y me dijo:
"Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de
dónde han venido?” Yo le respondí "Señor mío, tú lo sabrás". Me
respondió: "Esos son los que vienen de la gran tribulación; han
lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del
Cordero. Por eso están delante del Trono de Dios, dándole culto día
y noche en su Santuario; y el que está sentado en el Trono extenderá
su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les
molestará el sol ni bochorno alguno. Porque el Cordero que está en
medio del Trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las
aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”
(Ap.7,9-17).
Cuando
el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo,
como una media hora... Vi entonces a los siete Ángeles que están en
pie delante de Dios; les fueron entregadas siete trompetas.
Otro ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le
dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los
santos los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del
Trono. Y por mano del ángel subió delante de Dios el aroma de los
perfumes con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el badil y
lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra. Entonces
hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra (Ap.8,1-5).
Tocó
el primero su trompeta, y fueron arrojados sobre la tierra granizo y
fuego mezclados con sangre. Y se quemó la tercera parte de la
tierra, la tercera parte de los árboles y toda la hierba
verde (Ap.8,6-7).
Tocó el segundo ángel su trompeta, y fue arrojado al mar algo que
parecía una enorme montaña envuelta en
llamas. La tercera parte del mar se
convirtió en sangre, y murió la tercera parte de las criaturas que
viven en el mar; también fue destruida la tercera parte de las naves
(Ap.8,8-9).
Tocó
el tercer ángel su trompeta, y una enorme estrella, que ardía como
una antorcha cayó desde el cielo sobre la tercera parte de los ríos
y sobre los manantiales. La estrella se llama Ajenjo. Y la tercera
parte de las aguas se volvió amarga, y por causa de esas aguas murió
mucha gente (Ap.8,10-11).
Tocó
el cuarto ángel su trompeta, y fue oscurecida la tercera parte del
sol, de la luna y de las estrellas, de modo que se oscureció la
tercera parte de ellos. Así quedó sin luz la tercera parte del día y
la tercera parte de la noche. Seguí observando, y oí un águila que
volaba en medio del cielo y gritaba fuertemente: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay de
los habitantes de la tierra cuando suenen las tres trompetas que los
últimos tres ángeles están a punto de tocar!” (Ap.8,12-13).
Tocó
el quinto ángel su trompeta y vi que había caído del cielo a la
tierra una estrella, a la cual se le entregó la llave del pozo del
abismo. Lo abrió, y del pozo subió una humareda, como la de un horno
gigantesco; y la humareda oscureció el sol y el aire (Ap.9,1-2).
De
la humareda descendieron langostas sobre la tierra, y se les dio
poder como el que tienen los escorpiones de la tierra. Se les ordenó
que no dañaran la hierba de la tierra, ni ninguna planta ni ningún
árbol, sino solo a las personas que no llevaran en la frente el
sello de Dios. No se les dio permiso para matarlas sino solo para
torturarla durante cinco meses. Su tormento es como el producido por
la picadura de un escorpión. En aquellos días la gente buscará la
muerte, pero no la encontrará; desearán morir, pero la muerte huirá
de ellos (Ap.9,3-6).
El
aspecto de las langostas era como de caballos equipados para la
guerra. Llevaban en la cabeza algo que parecía una corona de oro y
su cara se asemejaba a un rostro humano. Su crin parecía cabello de
mujer, y sus dientes eran como de león. Llevaban coraza como de
hierro, y el ruido de sus alas se escuchaba como el estruendo de
carros de muchos caballos que se lanzan a la batalla.
Tenían cola y
aguijón como de escorpión; y en la cola tenían poder para torturar a
la gente durante cinco meses. El rey que los dirigía era el ángel
del abismo que en hebreo se llama Abadón y en griego Apolíon.
El primer ¡ay!
Ya pasó, pero vienen todavía otros
dos (Ap.9,7-12).
Se
desató entonces una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles
combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron
frente, pero no pudieron vencer y ya no hubo lugar para ellos en el
cielo. Así fue expulsado el gran dragón, la serpiente antigua que se
llama diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus
ángeles, fue arrojado a la tierra.
Luego oí en el
cielo un gran clamor: “Ha llegado ya la salvación y el poder y el
reino de nuestro Dios; ha llegado ya la autoridad de su Cristo.
Porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que
los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo han
vencido por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual
dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la
muerte. Por eso, alégrense cielos, y ustedes que los habitan. Pero
¡ayde la tierra y del mar! El diablo, lleno de furor, ha descendido
a ustedes porque sabe que le queda poco tiempo” (Ap.12,7-12).